Mujer y cultura

Me gustaría comenzar reconociendo que vengo aquí sin saber qué es exactamente lo que se espera de mí en este contexto en particular, ya que nunca he asistido a un congreso de estas características. La llamada entusiasta de una amiga que emprendía con ilusión un primer compromiso me empujó a aplicar ese hermoso lema tradicional que reza ‘amor con amor se paga’, de modo que habiendo –como es el caso–  entusiasmo, imaginación, creatividad, investigación y nuevas ideas, no podía sino prestar al menos algo de las reflexiones y la experiencia que venimos acumulando muchos hombres y mujeres –y veo aquí a mi querido amigo Josep Vicent Marqués– a lo largo de mucho tiempo.

A este respecto, con frecuencia tenemos la tentación de ser algo ‘Abuelos Cebolletas’ puesto que desde hace muchos años compartimos compromisos, anhelos, ideas y espacios, todo lo cual nos inclina, aunque sin nostalgias, al recuerdo y a la memoria, tan necesarios para avanzar o al menos para no repetir los mismos errores. Así, en estos momentos en que se hacen algunos recordatorios, no está de más hacer algunas reflexiones de carácter general referidas a las mujeres en relación con la creación artística.

Una de estas reflexiones tiene que ver con la feminización de la cultura, tema en torno del cual se organizó un simposio en Salamanca hace pocos meses. Es importante prestar atención a lo que está implicado en este fenómeno, ya que estamos quizás demasiado acostumbrados a hablar de la feminización de la pobreza, aunque no por hacer victimismo: es un hecho que las mujeres somos las más pobres y analfabetas de la tierra y efectivamente seguimos en condiciones de desigualdad y desprotección. No obstante, es importante y positivo hablar también de la feminización de la cultura. Respecto a ella, podemos hablar de cómo la sociedad en un momento dado puede impregnarse de unos determinados valores, como son aquellos por los que han luchado las mujeres o que a menudo se identifican con cualidades femeninas; podemos hacer referencia a la mujer en la creación artística o a la mujer en la literatura, por ejemplo en cuanto a si las mujeres creamos y escribimos de diferente manera a los hombres, algo que viene planteándose desde hace tan largo tiempo que ya forma parte de nuestro discurso habitual e incluso se ha convertido en un lugar común.

Si bien solía creerse que las mujeres no estamos capacitadas para la abstracción y por tanto tampoco para la creación, afortunadamente desde las universidades muy fundamentalmente pero también desde los centros de arte y desde otros ámbitos de investigación, no sólo se ha demostrado que por supuesto las mujeres sí tenemos esa capacidad, sino que además se ha hecho un recorrido apasionante en cuanto a recuperar a las mujeres ocultas de la historia: ocultas en unos casos por tratarse de creadoras anónimas, en otras ocasiones porque las obras de autoría femenina se han devaluado o se han considerado como artes menores, y otras veces porque, como sucedía en determinados talleres durante el Renacimiento, lo que tenía lugar en realidad no era sino una apropiación de las creaciones artísticas de las mujeres por parte de los hombres.

En este sentido, encontrarme, por ejemplo, por primera vez con un cuadro de Artemisia Gentileschi en una exposición en Madrid sobre Caravaggio y su época supuso –como podréis imaginar– una gran satisfacción, y la fuerza de su obra me emocionó tan profundamente que desde entonces he continuado ahondando en la trayectoria artística de esta pintora. De igual modo me ha ocurrido con otras mujeres de distintas épocas, mujeres muy sabias, como Hildegarda de Bingen, que desde los conventos trabajaban, estudiaban, investigaban, iluminaban textos… Comentando sobre la reivindicación del papel de la mujer en la historia, la muy talentosa Matilde Salvador y yo fantaseábamos incluso sobre la idea de que seguramente las cuevas prehistóricas las habían pintado las mujeres. ¿Por qué? Pues parece bastante lógico, ¿no?: los hombres se dedicaban a pasar el día fuera cazando, matando y todo eso; en cambio, las mujeres eran las que se quedaban en casa y cuando ellos volvían y les contaban sus peripecias, eran ellas quienes plasmaban esas escenas en las paredes de las cuevas con el fin de hacer memoria y describir y transmitir esas experiencias a sus hijos. Yo creo que es más lógico eso que imaginarnos al hombre que viene de cazar elaborando pigmentos, y lo ofrezco porque como aquí hay mucha gente sabia, quién sabe si esto algún día se convierte en una posible línea de investigación interesante.

Ocurrencias aparte, lo que sí está claro es que también nos interesa a las mujeres, y a todo el mundo en general por una cuestión de justicia y de complejidad, llegar a recuperar a estas mujeres de la historia porque realmente es una manera no sólo de conceder y reconocer autoridad a las mujeres, sino también, como sabéis perfectamente, de ver y ofrecer una historia mucho más real por ser mucho más completa y mucho más compleja.

Lo cierto es que también si miramos un poco hacia atrás, lo que se ha podido avanzar en los últimos tiempos desde principios del siglo XX hasta este momento ha sido muy importante. Especialmente desde que las mujeres han accedido a la educación se ha demostrado no sólo su capacidad sino también sus talentos muchas veces excepcionales. Ha habido países como el Reino Unido o los Estados Unidos en los que la modernidad o determinadas condiciones educativas han favorecido que surgiera un plantel histórico de numerosas novelistas de primer orden: Edith Wharton, Virginia Woolf, Djuna Barnes, Jane Bowles, Jean Rhys… sin olvidar figuras anteriores como las hermanas Brontë. No pretendo hacer aquí un recorrido histórico, pero sí me gustaría recalcar la necesidad de insistir en esa búsqueda, no por distorsionar la historia, sino por enfatizar también nuestra presencia y nuestro talento y ser conscientes de que hay modelos y contramodelos, pautas de lo que queremos y pautas de lo que desestimamos como mujeres.

Sin embargo, también hay multitud de casos de acentuada ambigüedad y es muy difícil a veces deslindar lo que hemos interiorizado a lo largo de los tiempos y nos ha condicionado y nos sigue limitando, lo cual no significa que no haya habido en el camino obstáculos reales que nos hayan impedido el paso. Muchas veces, al hablar de la ambigüedad, recuerdo el ejemplo en la música de Alma Schindler, cuyo primer marido fue Gustav Mahler. En su biografía, por ejemplo, decía: “Creció en mí un deseo vital de encontrar el cielo en la tierra,” y ella dice que lo encontró en la música. Como digo, hay ciertos casos de ambigüedad respecto al reconocimiento que se da a las mujeres cuyo talento queda oculto y sin embargo alcanzan ciertas cotas de popularidad, como es el de Alma Schindler Mahler-Gropius-Werfel, sobre quien hay ya la suficiente documentación como para afirmar que pudo haber sido una importante compositora, y no obstante pasó a la historia por ser sobre todo una musa.

Esto me da pie para tratar otro tema: cuando se relaciona a las mujeres con la creación artística, uno de los cambios más significativos que ha habido en la ecuación en cuanto al reconocimiento que reciben las mujeres es que hemos sido primero musas e inspiradoras; posteriormente mediadoras, mediums como esposas o viudas de artistas; y finalmente existimos en el ámbito de la creación como protagonistas, no como seres para los otros o mujeres que vienen vinculadas a la fama como compañeras o amantes de otros, como tantas mujeres ha habido en la historia, como Lou Andreas-Salomé en el ámbito de la filosofía, o el caso del que hablaba ahora, Alma Schindler, que ha pasado a la historia por sus ‘buenas relaciones’, por decirlo de algún modo, con Klimt, Mahler, Gropius, Kokoschka o Werfel.

Eso nos lleva precisamente a la reflexión que nos planteamos en la actualidad de que ya no somos “los otros importantes”, como reza el título de ese libro maravilloso de Whitney Chadwick, quien también escribió sobre la recuperación de la presencia de las mujeres en la creación artística a lo largo de la historia. Ya no somos “los otros importantes”, como digo, sino que realmente podemos ser alguien por derecho propio y existen las condiciones para que nuestra capacidad para la creación artística se haga patente, lo que me conecta con el debate actual sobre la nueva estética feminista y femenina y cómo las mujeres nos relacionamos con las nuevas tecnologías y ocupamos los nuevos espacios.

En cuanto a esto, hay teorías diferentes. Hay mujeres artistas que buscan llevar a efecto una acción positiva, que luchan por tener unos espacios propios y por que haya exposiciones en las que se gire en torno a las mujeres, lo que significa que hay una plataforma para poder mostrar la creación artística: hay buena muestra de exposiciones estupendas organizadas desde esa perspectiva, en las que no porque estén ahí las mujeres y porque sólo sea de mujeres tiene que haber una devaluación, como lamentablemente sucede en muchas ocasiones al hablar, por ejemplo, de la literatura escrita por o para mujeres.

También hay mujeres del ámbito artístico que dicen: “Nosotras no queremos tener una plataforma ni un espacio específico porque eso en cierta medida nos devalúa” y eso es objeto de debate porque unas veces sí será cierto, otras no, y otras dependerá de varios factores. Como siempre, de lo que se trataría es de tener las posibilidades de elegir, posibilidades que realmente no son tan frecuentes para los jóvenes creadores en general y para las mujeres en particular.

Por otra parte, están los espacios que ocupan las mujeres en relación con las nuevas tecnologías. Hay mujeres que han realizado creaciones artísticas desde la fotografía mezclando y combinando recursos tecnológicos muy diversos y que –como es el caso de Cindy Sherman– se han observado, se han travestido, se han recreado en su propio cuerpo y han reproducido su imagen para mostrar su relación con el mundo. Hoy en día la relevancia de la fotografía es especialmente notable a este respecto:al tratarse de nuevos espacios que todavía no se han ocupado por los hombres, las mujeres tendremos mayores posibilidades de estar presentes en ellos.

En cuanto a la cinematografía, hasta hace todavía poco tiempo en nuestro país había muy pocas mujeres que estuvieran detrás de la cámara; es cierto que siempre ha habido actrices importantes, pero no ha habido muchas mujeres directoras y guionistas. De hecho, actualmente sigue presente en el debate la cuestión de las dificultades que tienen las mujeres para dirigir cine y, de nuevo, no por falta de talento sino porque se trata de una inversión económica, y no siempre se da el caso de que las productoras depositen su confianza en estas mujeres que han dado sobradas muestras de su talento, a pesar de que en España ha habido espléndidas directoras de cine, como Pilar Miró, o más excepcionales por más antiguas, como Ana Mariscal. No obstante, hoy en día podemos decir que hay muchas mujeres muy destacadas en el ámbito cinematográfico que están dando el paso de estar detrás de la cámara y ofrecernos desde ese punto de vista una visión del mundo verdaderamente interesante: Chus Gutiérrez, Isabel Coixet, Gracia Querejeta, Azucena Gutiérrez, Icíar Bollaín… Sin embargo, en ese ámbito, aparte de apoyos puntuales como organizar la Semana de Cine y otros eventos similares, tendrían que existir los medios y las posibilidades reales para que las mujeres puedan mostrar sus sensibilidades de esa manera.

Conviene en este punto introducir lo que supone el ciberfeminismo: por un lado, cómo se puede utilizar la red para la creación en esa mezcla de diversas tecnologías que he mencionado antes y cómo las mujeres han utilizado los ordenadores para expresar su visión del mundo y sus inquietudes; por otro lado, cómo las mujeres utilizan también el arte para constatar y denunciar la violencia, la discriminación y las condiciones de desigualdad que sufren.

Esto me recuerda que hace pocos meses, en Madrid, la artista brasileña Beth Moyses organizó una acción como alegato a la no violencia que consistió en convocar a cien mujeres de distintos ámbitos y edades que se prestaron a vestirse con trajes de novia y desfilar en procesión por el centro de Madrid. Fue realmente impactante: las mujeres de la primera fila llevaban almohadillas blancas con espinas mientras otras iban deshojando las rosas blancas de sus ramos, todo esto en absoluto silencio. Para algunas de esas mujeres se trataba de la primera vez que vestían trajes de novia, pero pese a ser una experiencia nueva, era interesante observar cómo su imaginario las llevó a colocarse el velo y a referirse a la Cenicienta o el Príncipe Azul, incluso mujeres de una determinada edad y peso específico. Se trató de una acción realmente conmovedora que menciono aquí para ilustrar cómo estética y compromiso social van de la mano.

Con todo, sería deseable no caer en el esencialismo sino, más bien al contrario, tener presente que este es un mundo complejo y las mujeres que en él viven son también complejas, diversas y singulares, tanto cuando crean como cuando no. Así, cuando a la añorada Montserrat Roig le preguntaban cómo escribía, ella decía: “Yo escribo como me da la gana”, mientras que para Susan Sontag las mujeres juegan sus vidas con las cartas marcadas. Efectivamente, participar de una condición nos une muchísimo pero no debemos reducir todo al esencialismo que subyace cuando se dice “ésta es la literatura escrita por mujeres” refiriéndose a ella como un arte unívoco u homogéneo, dado que lo que debemos propiciar siempre es la diversidad y la idea de que la pluralidad es enriquecedora.

Así, el ciberfeminismo tiene mucho que ver con la creatividad y la solidaridad y vuelve a plantear uno de los temas clásicos: la capacidad de las mujeres. Ahora resulta que se cuestiona si las mujeres estamos o no dotadas para utilizar ordenadores. Afortunadamente, no sólo hay artistas muy talentosas que escriben textos en la red realmente ingeniosos, creativos, imaginativos y trangresores, sino que también investigadoras como Donna Haraway se ocupan de recordarnos que entre el ciberescepticismo y la ciberfobia lo que no podemos hacer las mujeres es perder una nueva herramienta ni quedarnos en el camino. Por supuesto también habría que ver cómo utilizamos este instrumento, un instrumento de gran importancia no sólo para la solidaridad y la creación sino también para el establecimiento de otro tipo de redes y de comunicación informal. Así, con este nuevo instrumento en la mano, siguen abriéndose nuevas vías para el largo camino recorrido que nos ha llevado al ciberfeminismo desde las cuevas de Altamira.

Se transcribe aquí, de manera aproximada, la conferencia que Carmen Alborch  pronunció el día 17 de octubre de 2002. Pese a la dificultad de transcribir un texto oral, hemos procurado mantener al máximo la frescura de la intervención original, que fue seguida por un animado y espontáneo intercambio de preguntas e intervenciones del público. La presente conferencia, además, tuvo todos aquellos ingredientes que la hacen inolvidable: prisas, precipitaciones, sesiones parlamentarias, aviones, cambios de programación, etc. Quede aquí constancia del agradecimiento de los organizadores del Seminario a Carmen Alborch por su denodado esfuerzo por estar con nosotros. El texto ha sido elaborado por Irene Martínez a partir de las notas tomadas en dicha conferencia, y revisado por la autora.

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