Belén Gopegui

“El lado frío de la almohada” tiene como eje central la revolución cubana. Pero hay más. El amor, “pensé que estaba perdiendo el mundo”, está presente en esta novela y se adivina como “un pacto inseguro” y también un asidero para la vida. Como en el resto de sus trabajos, la amistad ocupa espacio literario y se convierte en otro de los elementos necesarios en sus novelas: la necesidad de la relación y la frustración que convoca alrededor, es quizá otra de las cuestiones inherentes al mundo que habitamos en este lado del planeta.

Belén Gopegui es madrileña de nacimiento y, tras estudiar Derecho y trabajar como periodista, publicó, en 1993, su primera novela “La escala de los mapas”. La acogida fue extraordinaria y la convirtió en una de nuestras escritoras indispensables. Carmen Martín Gaite, con quien mantuvo una relación privilegiada, dijo entonces que “tiene una fuerza arrebatadora”. “Tocarnos la cara” (1995) fue su segunda novela y detrás escribiría “La conquista del aire” (1998) y “Lo real” (2001). Con “La conquista del aire” llegó su aproximación al cine y desde entonces ha escrito varios guiones, el último, el de la película “El principio de Arquímedes”, estrenada este año y junto a Angeles González Sinde, el de “La suerte dormida”, una película esencial en nuestro cine, que lo tiene todo, pero a la que la visitó la suerte de los Premios Goya cuando dormía.

EN TORNO AL LADO FRIO DE LA ALMOHADA

No puedo evitar preguntarle en primer lugar (quizá no debería ser esta mi primera cuestión) cómo dio con el título, con la idea, con el juego simbólico tan preciso que es “El otro lado de la almohada”.

La imagen del título la tomé de Jean Cocteau, él la utilizaba en otro sentido, para hablar del empeño en no abandonar un tema hasta haberle dado vueltas en todos los sentidos. Pero imagino que si me llamó la atención fue porque conectaba ya con la idea de la novela, la del momento en que se necesita dar la vuelta a la almohada y quizá traicionarse para seguir soñando.

Esta novela no solo no puede dejar indiferente al lector o lectora, sino que remueve el sentimiento y le pone, de nuevo, en este mundo donde todo pasa de puntillas, frente a lo que nos tratan de vender que ya no existe: la ideología.

Es un círculo vicioso, forma parte de la tarea de los mayores productores de ideología decir y hacer creer que la ideología no existe, que la dominación no es dominación sino sentido común, que el hecho de que haya ricos y pobres no es fruto del expolio sino algo natural. Y forma parte de la tarea de quienes se oponen al actual estado de cosas, hacer ver que lo que parece normal a menudo no lo es.

Precisamente la ideología inunda sus obras, tanto en el cine, como en la novela. ¿Dónde se arraiga esta mirada comprometida hacia la sociedad? ¿De dónde nace esta manera de estar en el mundo?

Como cualquier persona, he podido ver muy de cerca el daño que produce en las vidas concretas, en los destinos concretos, cosas en principio abstractas como la economía de mercado. A continuación, ciertos libros, ciertas personas y la práctica política, contribuyen a articular una actitud contraria a la resignación.

La ideología en su obra plantea la cuestión más interesante a mi modo de ver, la que nos explicita un planteamiento que encierra la vida cotidiana, la política de todos los días, como si quisiera poner de manifiesto que la acción política más importante es nuestro gesto de cada día, incluyendo nuestros afanes, nuestro consumo, nuestras proezas, nuestras cobardías, los deuvedés que no compramos, las manifestaciones a las que acudimos y los juicios que silenciamos.

No tanto la acción política más importante como una acción política importante. En este sentido estoy de acuerdo con el enunciado de origen feminista “lo personal es político”. Sin duda lo es. Ahora bien, creo que la acción política más importante es la acción política, aunque estemos en un momento en que no sepamos bien cómo ni con qué organizaciones articular esa acción. Quizá por eso en esta novela he hablado directamente de la revolución cubana.

Aquí no solo defiende que otro mundo es posible, sino que deja patente que ese mundo existe, está ahí y lleva décadas de supervivencia, demostrando que puede haber una manera de hacer las cosas en paralelo al sistema capitalista.

Sí, a veces he dicho y pensado que si en vez de “otro mundo es posible” se dijera “otro sistema económico es posible”, las discusiones serían más interesantes porque serían más concretas. Cuba es un país concreto y si queremos hablar de posibilidades se trata de no rehuir hacerlo de las que ya existen aun con todas las dificultades.

Usted no es escritora de cualquier tema, es escritora honesta, escritora comprometida, como le ha reconocido/ calificado/ posicionado El País en sus páginas . Ahora, además, pienso que en una trayectoria absolutamente coherente con sus novelas y sus guiones de cine, ha buscado ser políticamente incorrecta.

El problema de la idea del escritor comprometido es que, desde mi punto de vista, se utiliza de forma incompleta, un poco a la manera en que antes se decía “una persona de color”, la cuestión es de qué color. ¿Comprometido con qué? Es del con qué de lo que hay que hablar. Y a continuación hablar de cómo se articula ese compromiso. ¿Con quién prometes que vas a hacer qué cosas? A mí no me habría importado trabajar con los cubanos para escribir esta novela, pero no lo hice porque eso quizá le habría restado legitimidad y porque cuando la escribí no tenía interlocutores para plantear algo así. De modo que si hay compromiso en esta novela, no deja de ser un compromiso un tanto etéreo, abstracto. Sin embargo, cada vez tengo más claro que es más interesante un compromiso concreto y quizá mi próximo trabajo vaya en la línea de buscar cómo podría articularse. En cuanto a lo políticamente correcto, en principio es un término que viene impuesto desde la derecha. Y que conduce a situar la política en el terreno de los buenos modales. No tenemos mucha capacidad para salirnos de esos términos, porque no somos los dueños de las palabras. Pero bueno, digamos que lo que yo he buscado ha sido hacer una novela que se opusiera a la creencia de que la economía de mercado, la sociedad de clases y la explotación son inevitables.

En todas sus novelas y en los guiones de sus películas hay referencias constantes al precio de las cosas, al coste de los cambios de chaqueta política o sindical y también, a la moneda de cambio para las traiciones. ¿Por qué, cuándo se huye tanto de la realidad concreta, usted se empeña en ella?

Las narraciones que huyen de la realidad concreta son las narraciones que la dan por buena y por lo tanto no están interesadas en discutirla. Mis narraciones no la dan por buena y no hay en ello ningún atisbo de altruismo privado, hay necesidad real de otra clase de vida. Necesidad de que cambie el orden de prioridades, necesidad de vivir en una sociedad que pueda elegir qué producir y para quién y cómo hacerlo, que pueda elegir si es más importante curar o vender, enseñar o vender, aprender o vender. Cuando algo no se da por bueno debe ser cuestionado, y debe serlo desde el intento de lograr la mayor precisión, para que el cuestionamiento pueda llegar a ser efectivo.

Es impresionante en esta novela como pone en una balanza el precio de la vida de las personas de origen africano, europeo, americano, iraquí, cubano… para acabar en el sonrojo que todos ya sabemos e ignoramos cada día, que la vida de cada uno de nosotros, occidentales, vale más que las otras.

Alguna vez he dicho que no estoy de acuerdo con la frase de Paul Klee sobre que el arte debe hacer visible lo invisible. Es lo visible lo que me parece interesante mostrar. Porque la ideología dominante se empeña en que lo visible no cuente. Se sabe, se ve, que hoy el precio de la vida no es igual para todos, etcétera, pero las grandes palabras sobre el derecho a la vida, las grandes declaraciones asegurando que todos los hombres nacen libres e iguales, encubren eso que se sabe y que sólo es preciso mirar para ver.

En su novela aparecen reflexiones sobre los fusilamientos del régimen cubano y los crímenes cometidos por la comodidad inocente de los ciudadanos y ciudadanas primermundistas. Esta reflexión, este grito hacia nuestra responsabilidad de occidentales es quizás de las más duras, porque está implícita en toda la obra.

Vivimos en un momento reaccionario de la historia. Y la historia nunca está quieta. En los momentos reaccionarios gran parte de las conquistas se van perdiendo. Tengo la impresión de que en el mundo occidental estamos asistiendo a este momento con un exceso de perplejidad: se hacen manifestaciones contra la guerra en abstracto, por ejemplo, y después esa fase de aparente contestación se disuelve. A veces pienso que si no actuamos ahora, quizá cuando lo hagamos ya sea demasiado tarde.

La protagonista lo dice claro: “No es que confíe en el periodismo”. No le pone sexo, ni nombre, se trata del hecho que sucede actualmente, de las tomas de decisiones corporativas que están más allá del mero ejecutante de cada día. ¿Qué ha pasado ? ¿Cómo hemos llegado a este desconcierto?

Desde mi punto de vista, perdiendo terreno. La socialdemocracia europea era en teoría un pacto que hacía la burguesía, un pequeño reparto de poder para no perder todo el poder como podía pasar si lo ocurrido en la Unión Soviética se extendía. Cuando la Unión Soviética desaparece, empiezan a verse cómo lo que un día fueron conquistas se convierten sólo en concesiones graciosas. Con la prensa ha ocurrido algo así. La prensa se presentaba como independiente, y para dar prueba de su independencia ejercía la crítica más allá de sus propios intereses. Hoy, yendo a un ejemplo menor pero representativo, cuando un crítico literario hace una crítica negativa de un libro de Alfaguara, se critica al País, y no sólo desde dentro de El País, por haber interferido en una operación comercial. Este pensamiento es el cinismo llevado a su máxima expresión, es dar por sentado que la prensa no debe ser independiente sino que debe estar al servicio de los grupos económicos a que pertenece. Siguen quedando contradicciones internas dentro de los grandes medios de comunicación que aun permiten que subsista algo de crítica y algo de independencia, pero son mínimas.

Alejándonos del tema que nos ocupa, me gustaría preguntarle sobre su relación con Carmen Martín Gaite. ¿Cómo la explica, cómo la vivió, sobre qué la construyeron y qué siente al haber estado tan cerca y tener el reconocimiento de una escritora tan importante, punto de referencia en la literatura y para muchas mujeres?

La explico desde la gratitud y la amistad. Construimos esa relación a partir de las afinidades a veces literarias y otras veces también políticas, desde una afinidad que dejaba espacio para el desacuerdo. Echo de menos su presencia en mi vida y en la vida pública de este país. Tuve mucha suerte al conocerla, ella fue generosa además de ser muy inteligente. Y muchos y muchas tuvimos muy mala suerte al perderla. Ya sé que quedan sus libros. Pero ojalá siguiera estando aquí.

Otra cuestión interesante es su trabajo en el cine, un trabajo también comprometido y planteando cuestiones/ problemas/ realidades del mundo actual. . ¿Cómo lo descubrió? ¿Cuándo apareció ante usted como un elemento nuevo al que llegar? ¿Qué le ofrece el cine a diferencia de la literatura? ¿Llegar a más público? ¿Poder contar sus historias a más personas?

Fue a partir de mi tercera novela, La conquista del aire, cuando Gerardo Herrero me dijo que quería adaptarla. Nunca me había planteado escribir guiones y cuando surgió la posibilidad decidí que valía la pena intentarlo. Pero he pensado menos sobre el cine que sobre la literatura. El cine, el guión que es el único territorio del cine en el que considero que puedo trabajar, me ofrece la posibilidad de participar en algo en lo que participan muchas otras personas, es un trabajo menos solitario y eso me interesa. Pero sé que tengo que darle más vueltas a las posibilidades del cine y del guión.

He leído en su entrevista a El País que “cada vez tengo más claro en qué sentido me gustaría trabajar y cada vez dudo más de que la novela sea el método adecuado”. ¿Qué es lo que quiere, o quizá, cuál es su auténtico deseo, ese deseo al que se entrega una parte del alma?

No lo sé, no estoy segura, el ensayo, el teatro, o tal vez un trabajo más colectivo y político del tipo poner en pie una publicación, o simplemente escribir una historia a partir de un trabajo colectivo y no de meras cavilaciones individuales. Aún no lo sé.