Con las pensionistas también se equivocan
Cuando se habla de los pensionistas y se les pone cara, se aprecia que estamos hablando sobre todo de mujeres porque ellas son mayoría aplastante en el tramo de edad que empieza a los 65 años.
Muchas de ellas cobran una pensión mínima, las llamadas contributivas porque nunca han trabajado. Eso dicen algunos inconscientes y se quedan tan anchos tras una afirmación especialmente idiota, porque pensar que el hecho de que estas mujeres no hayan cotizado nunca, supone que nunca hayan trabajado es de una ignorancia y una injusticia aplastante. Son mujeres a las que efectivamente nadie pagó por su trabajo, pero que se esforzaron como mulas sacando adelante familias numerosísimas, sin apenas ayuda, sin lavadoras ni lavavajillas que les facilitaran la faena.
Otras hay que llegaron a acumular unas pocas jornadas cotizadas y bien orgullosas están de ellas. Son esas que además de hacer lo que las primeras, es decir, partirse el lomo para llevar su casa, atender a sus hijos, mirar por sus maridos, cuidar a sus abuelas y abuelas consiguieron algún contrato a tiempo parcial, sólo unas horas en la fábrica, o en el almacén, para sacarse una ayuda. Nada importante, porque son los hombres lo que traen el dinero a casa, pero eran faenas que ellas hacían a gusto en su tiempo libre, ése que ellas estiraban hasta hacer jornadas interminables.
Muchas de ellas cobran las pensiones de viudedad que les dejaron sus maridos, unas pensiones que no admiten otro calificativo más que el de vergonzosas por su cuantía ridícula que condena a estas mujeres a la pobreza.
A todas ellas les juraron que no les tocarían las pensiones, pero ya se las congelaron, Y ahora además se las reducen por la vía de la exigencia del correpago bajo la premisa de que si su supervivencia genera gasto, bien está hacerles pagar la parte correspondiente para que vivan en un ay permanente que las mantenga calladitas, sumisas y asustadas.
Para vender este pescado podrido proclaman que su contribución es mínima . Sólo 8 euros al mes.
Que atrevida es la ignorancia y que desalmada la insolidaridad. Ocho euros es exactamente lo que valen tres tomates, un kilo de sal, de arroz, harina, macarrones y azúcar junto con un litro de leche, una barra de pan y seis yogures. Es fácil creer que hay mucha gente que hace tiempo que prescindió de los cafés para llenar la nevera.
Y con todo lo todavía más preocupante es que la pretensión sea que una vez enseñado el personal a prescindir del café, se acostumbren a pagar por el cuidado de su salud de múltiples y perversas maneras, por ejemplo cobrándoles las visitas médicas, o las pruebas que precisen o los viajes en ambulancia.
Es un ataque en toda regla a los más débiles y vulnerables, mientras rehuyen otras formas de recaudación que no se atreven a abordar porque temen causar el disgusto de los banqueros y el enfado de los todopoderosos. Y una medida inútil porque con la recaudación conseguida no van a solucionar la quiebra del Estado pero van a quebrar la economía de las personas humildes.
Y se equivocan. De cabo a rabo.
Porque no hay personas más guerreras, más atrevidas y decididas que las personas mayores cuando tienen claro quien les quiere perjudicar a ellas o a los suyos. No se callan ni debajo del agua, dicen las verdades como puños que sienten dentro y no se dejan acoquinar por nada ni por
nadie. Hay que ser muy ignorante para enfrentarse a ellas, casi tanto como se ha de ser mala persona para pretender complicarles la vida que les queda.