Emilia Caballero presenta «La voz pública de las mujeres» de Dolores Renau

Alicante, 18 de diciembre de 2009

Desde el primer momento en que me invitó a participar en este acto, sólo la trayectoria política de Dolores Renau  tan relevante públicamente hasta el punto de que raya la excelencia, unida al título de este precioso ensayo me atrapó de inmediato. “La voz pública de las mujeres”.

Para una persona como yo que nació feminista, (aunque el discurso vino después) que milita en el MF, se explica a sí misma y al mundo en esa clave y profesionalmente me he dedicado a la defensa de los DD HH de las mujeres y que, junto a tantas otras, ha vivido y padecido el llamado “exilio interior,” poder participar en esta presentación es un verdadero regalo.

Y he de comenzar pidiendo disculpas por no haber podido hacer mi trabajo con la seriedad que merecía a causa de circunstancias personales que no existían cuando me comprometí, pero determinantes para disminuir mis capacidades mas de lo que en mí es habitual, si ello es posible.

Después de estos prolegómenos entremos en lo que aquí nos trae. Y nos trae la voz, pero voz pública, es decir, el discurso político que se nos ha negado durante siglos, nos lo trae  Dolors, y lo hace entregándonos un ensayo con verdadera categoría literaria, lleno de matices, de una sensibilidad poco común y lo hace con un lenguaje potente, claro y preciso y ágil donde, sin perder un ápice de hondura, consigue que se comprenda fácilmente. Es también un lenguaje apasionado y palpitante. Y sobre todo nos trae una propuesta  alentadora: contribuir a hacer posible otro mundo en el que se pueda evitar parte del sufrimiento humano.

Empecemos agradeciéndole que para ello no haya necesitado presentarnos un volumen de 500 páginas. Resulta impresionante comprobar su capacidad de síntesis, de cómo usar certeras palabras para que pueda, en este reducido espacio, analizar la realidad en la que vivimos, las diferentes violencias que padecemos, reinterpretar conceptos como la razón, el poder, la cultura. Discutir  con Rousseau o Schopenhauer, coincidir con otros autores y sobre todo autoras desde Virginia Wolf hasta Hanna Arendt, Simone Weil, Adela Cortina, Amelia Valcárcel y  un largo etcétera, y llegar así a demostrarnos que no es posible recuperar los valores fundacionales de la democracias, (que si no han sido destruidos, si están arrinconados).

Y reflexiona brillantemente para decirnos que no podemos erradicar la violencia, desalojar el pesimismo ilustrado, el pensamiento único, y cínico diría yo, no podemos desarrollar una verdadera cultura democrática, sin la contribución de la mitad de la humanidad, sobre todo si queremos humanizar la vida pública.

Dolors, como he dicho, discute con Rousseau y Chopenhauer y ¿cómo no?. Ellos son nada menos que los padres de la misoginia moderna, los colaboradores necesarios para dejar fuera del Contrato Social a las mujeres. Su contribución a la pervivencia del entramado patriarcal es impagable. Miren, el patriarcado quedó intacto e incluso reforzado a pesar de la oportunidad que la Ilustración trajo permitiendo a Europa darse esos rasgos de identidad tan extraordinarios después de haberse desangrado en las guerras de religión, una oportunidad que perdió al invisibilizar a la mitad de la población. El matriarcado pues constituye el sistema en el que vivimos y   al que responde todo el pensamiento desde la religión, la política, la economía, el arte… etc, y así ha conformado una doble estructura social y psicológica inconsciente desde la que se configura nuestra propia identidad. Nada menos.

Pues bien, desentrañar los elementos con que se ha construido este imponente edificio es lo que se hace desde el “género,” una categoría analítica que permite ponerlo al descubierto y demostrar que existe otra visión del mundo, una visión no distorsionada del mismo, aunque sólo fuera porque incluye a esa mitad de la humanidad  invisibilizada, es decir, nos permite desarrollar un pensamiento en el que cabemos mujeres y hombres en pie de igualdad, con un discurso homologado y propio y por tanto un mundo en el que caben también los grupos discriminados las diferentes etnias, las distintas culturas.

A nadie puede escapar que se trata de un trabajo ímprobo, que las dificultades son enormes, que nos aboca a un cambio sustancial que provoca miedo y vacío y que, como no podía ser de otro modo, encuentra extraordinarias resistencias. Pero es necesario insistir si queremos un mundo más humano, si queremos evitar sufrimiento y dolor, y si comprendemos que la realidad que vivimos presenta síntomas claros de que el patriarcado, dicho coloquialmente, hace aguas por todas partes. Y hay que insistir porque esta voz, esta voz pública, este discurso político, en fin, vea la luz. Un discurso, por otro lado, que nadie contra argumenta  simplemente se silencia, se minimiza, se superficializa, lo que no es mas, pero tampoco menos, que un mecanismo de defensa, porque efectivamente asusta al apuntar a la línea de flotación de la propia identidad.

Hace falta valor, y Dolors lo tiene, para poner todo ello sobre la mesa. Su prestigio político, su talla humana lo avalan y en esa línea insiste una y otra vez. Y así nos dirá en referencia al espacio privado o estado de naturaleza, donde las mujeres quedaron ancladas a raíz del C.S., que para la persona individual en tanto ser privado, es decir, ser no político, sin duda pueden haber verdades más allá del discurso público pero, vivir una vida privada por completo significa, por encima de todo, estar privados de cosas esenciales, significa estar privado de realizar algo mas permanente que la propia vida.

Repasa la ausencia de las mujeres en la toma de decisiones políticas, económicas, mediáticas que condicionan nuestra vida actual y la vida futura de la humanidad, cómo esta ausencia supone la usurpación de sus derechos fundamentales y aboca al predominio de la cultura de la violencia y su “ naturalización”.

Sí, nuestra autora analiza la tortura, las guerras, la violencia instalada en nuestras sociedades, una violencia considerada como respuesta necesaria, legitimando el dolor y el sufrimiento que produce. Y con independencia de que la razón esté o no de parte de las víctimas, la violencia ya constituye una vulneración de los derechos humanos básicos porque cosifica a quien somete y eso nos debe mover  a la justicia, la compensación, la reparación. Pero también la violencia afecta a quien la ejerce pues para hacerlo indefectiblemente tiene que amputarse una parte de su propia humanidad.

La política es la superación de la violencia por medio de la comunicación. “Sólo la violencia es muda, razón por la que nunca puede ser grande”. Así pues sin palabra no hay política,  no hay vida permanentemente humana. Pero la violencia tiene sexo. El 90% de los actos violentos son protagonizados por los hombres. Tanto delincuentes como víctimas son varones. Y se pregunta si esa capacidad para producir y soportar violencia no forma parte de los valores educativos de los jóvenes varones y se apoya para llegar a esa afirmación en Rojas Marcos, Fisas y Álex Grijelmo.

Una violencia cuyas cifras, en lo que se refiere a víctimas, se invierten cuando se trata de violencia de género, aquella que ejercen los hombres contra las mujeres por el simple hecho de serlo. Una violencia específica, un fenómeno que se rige por “leyes” internas propias,  que sólo desde hace poco tiempo se rechaza, aunque sin saber bien de que se trata, sin tomar conciencia de las causas e incluso de las consecuencias de tal violencia a pesar de ser el paradigma de  todas las demás. De esta manera no es extraño que esté aceptada la creencia de que la violencia es consustancial a la naturaleza humana. ¿Pero de qué naturaleza humana hablamos? ¿De la naturaleza de los varones que son quienes la emplean? Al menos así parece. Es fácil comprobar que tal naturalización es sólo la consecuencia de  considerar al varón y de hacerlo único representante de la humanidad. Los hechos lo  demuestran.

Y se pregunta ¿Por qué las ciencias sociales no han estudiado cuantos muertos ha causado un ratito de vanidad masculina a lo largo de la historia? ¿En qué momento, en que circunstancias se nubla la mente de un  dirigente, de un hombre de poder y manda a miles de personas a una muerte segura?. La guerra pervierte y militariza primero el pensamiento hasta la simplificación total y finaliza en su enmudecimiento. “Conmigo o contra mi”. Se instala así un pensamiento totalitario que exige fidelidades absolutas en una crisis humana total.

Ignatieff dirá que las guerras de los 90 denotan un salvajismo desde una concepción distinta de lo masculino- antes la virilidad y la dignidad demostraban el orgullo del ser humano – Hoy lo que denota el comportamiento de los soldados es la sexualidad primaria del varón adolescente. Fijémonos en el uso sistemático de la violación como arma de guerra. Existe una relación entre violencia y sexualidad que debería ser estudiada seriamente.

Pero además, otra característica siniestra de las guerras actuales es la cantidad de víctimas civiles. UNIFEM ha elaborado un informe constatando que en el siglo XX han ido aumentando las víctimas civiles hasta alcanzar hoy el 75%. A principios del siglo era del 5%, en la Primera Guerra Mundial el 15%, en la Segunda Guerra Mundial el 65% y en los 90 el 75%.

Esta es una amarga  realidad que incrementa los millones de personas desplazadas y refugiadas, cuya  mayoría son  mujeres al cuidado de niños y ancianos, lo que realizan en situación de la más extrema precariedad. Esta situación es caldo de cultivo para que la violencia contra ellas se desate con enorme facilidad. Bosnia, Kosovo Ruanda y tantos países africanos son una buena muestra.

En estas circunstancias la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual  se produce aun con mucha mayor   impunidad y seguridad. Efectivamente este es hoy en día uno de los mayores negocios en cuanto a rentabilidad, pero también uno de los mejores porque cuenta con la tolerancia de tantos poderes, incluso con publicidad, siendo como es el mayor crimen que puede existir, la mayor aberración que puede cometerse con el ser humano, la cosificación mas extrema la violación de todos los DsHs. Y todo ello en el más absoluto silencio.

Por tanto, está claro que humanizar la política requiere también revisar nuestra concepción del <ser humano>. Porque si bien es cierto que el ser humano es un ser vulnerable y necesitado, no lo es menos que  el grado varía sustancialmente de unos a otros. Algunas vidas están muy protegidas y reciben todo el apoyo de las instituciones y otras casi no valen la pena para esos mismos poderes. Estar en uno u otro lado comúnmente se considera que es responsabilidad individual, cada uno es quien alcanza o no determinado desarrollo personal, económico, social. “Ellos,” y con certeza “ellas,” son culpables de su situación, del aislamiento al que se somete su discurso. Sin embargo no deja por ello de  sentirse un profundo malestar que no encuentra palabras para explicarlo. Y es que hay que hablar, hay que tratar públicamente de esta vulnerabilidad para fundamentar políticas que la contemplen. Pero para hacerlo hay que transformar el poder real que se ejerce y que a lo largo de la historia ha consistido en la dominación de unos sobre otros  para lo que ha sido necesario segregarlos, separarlos porque no hay otra forma de poder conceder, sólo a algunos, la plena categoría humana. Estos son una pequeña minoría que concentra los bienes económicos y sociales a base de explotar a la mayoría.

Democratizar el poder es una cuestión de largo recorrido, pero no es que la naturaleza humana sea incapaz de civilizarse, es por el contrario el resultado histórico de una determinada forma de concebir y usar el poder, es producto del discurso patriarcal que ha acaparado el espacio.  Así es como nos habla Dolors.

En este mismo sentido,  he entendido una frase de Mayor Zaragoza “El poder no puede ocupar todo el espacio público”. Y la he repetido en varias entrevistas porque democratizar el poder es para mí una de las funciones que debemos cumplir, que se pueden cumplir desde las Defensorías del Pueblo. Es necesario que el poder político  trate no sólo de las necesidades básicas, sino de otras necesidades humanas que están más allá de los servicios y que consiste en defender la universalidad de los derechos fundamentales de mujeres y hombres y se hace imprescindible para ello construir un nuevo consenso.

Es necesario aproximarse a lo cotidiano, hay que aproximar lo político a la vida de la ciudadanía. Potenciar la vida comunitaria y hacerlo mediante la participación y la interlocución con las organizaciones ciudadanas, escuchar sus propuestas, romper con la competitividad y la manipulación de las necesidades básicas en función del mercado. En resumen, poner en el centro de la política al ser humano. Pues bien,  nada de eso se puede hacer sin el discurso y la palabra “empoderada” de las mujeres. En ese discurso van a poder exportar las experiencias de siglos que se han fraguado en la oscuridad de la historia y de la vida social. Esto es van a aplicar la ética del cuidado, aquello de lo que han dado cuenta las mujeres a lo largo de esos siglos y que tan perfectamente han cumplido hasta aquí.

En definitiva, sólo quiero dar las gracias a Dolors Renau porque nos ha regalado este ensayo en el que nos alienta a la construcción de ese discurso político siendo, como es su caso, una voz realmente empoderada. Y lo ha hecho no sólo con valentía, sino con auténtica solidez intelectual,  y sobre todo proporcionando a su obra un enorme atractivo que, incluso con independencia de su verdadera calidad literaria, es producto sin duda de la verdad que contiene, de tu verdad, gracias Dolors, mil gracias y perdón por mis muchas faltas.

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