La Bolsa y la Vida
La Bolsa, ese lugar donde los hombres gritan (rectifico: gritaban, cual apostantes en un partido de pelota, porque la atmósfera gesticulante de hace unos años ha cambiado con la irrupción de las tecnologías) siempre ha parecido un santuario del dinero separado de la vida. Bien cierto: la Bolsa o la Vida, y no sólo porque esa furia compradora tuviera (y siga teniendo en versión tecnológica) toda la pinta de un mangoneo legal. También porque en medio de ese griterío especulativo no asoma/ba el horizonte de la vida y su verdadera riqueza: las personas, las empresas, el trabajo. Por no hablar de la tradicional ausencia de la mitad de la humanidad que forma parte de ella. De ahí que la presencia el pasado lunes de un grupo de mujeres en la Bolsa de Madrid -junto con la ministra Aído y el vicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores para apoyar un proyecto de la Asociación de Parques Científicos y Tecnológicos, destinado a incorporar un mayor número de mujeres en los consejos de administración- tuviera un gran valor simbólico. Aunque los medios que cubrieron el acto ni siquiera lo mencionaron. La ceguera de género es una parte considerable de la ceguera universal.
Hay muchas ecuaciones que cambiar. El número de mujeres en los consejos es una de ellas, desde luego. No es sólo una cuestión de cuotas, aunque tampoco hay que avergonzarse de ellas. Los consejos de administración están repletos de cuotas masculinas y nunca se habla de ellas (la cuota de esta empresa, de este partido, de este sector, etc.). Y la de la Bolsa o la Vida, también. Convertirla en la Bolsa y la Vida. Que la economía abstracta, gritona, especulativa, baje a la realidad y cambie sus valores de bolsa por valores de riqueza real. No lo va a hacer sola. Pero para eso tenemos una crisis: para exigirnos como personas y como sociedad; para no tolerar que la Bolsa y sus depredadores se desliguen de la Vida.