Miguel Gutiérrez. El maestro

Le conocí cuando yo estudiaba Derecho y él iniciaba su andadura como docente. Pronto, junto a mis compañeros, me dí cuenta que estábamos ante un verdadero maestro, esa rara especie, lo que pudimos comprobar en todos nuestros años de facultad. Sí, Miguel Gutiérrez fue nuestro maestro. De él aprendimos no sólo Derecho, sino cómo utilizar las herramientas de la lógica y la razón. La diferencia tan importante que existe entre ética y legalidad. Por qué las cosas no son justas por el hecho de estar recogidas en las leyes, sino que sólo son legítimas las leyes que recogen aquellas cosas que son justas. La dignidad, la integridad y el compromiso ético que él representaba con humildad y coraje a la vez, fue para mí, entre otros y otras muchas compañeras, el bagaje más importante que recibimos de nuestro paso por aquella incipiente Universidad de Alicante. Desde entonces me considero discípula suya. Y aún hay algo más que debo agradecerle. Con él recuperé la memoria de mi padre, al que perdí muy pronto, pero que en lo personal ya me había dejado esos mismos valores, que ahora él reforzaba y me entregaba en lo profesional. Desde entonces nunca nos defraudó. Siempre lo encontramos en los momentos difíciles: Aquellos primeros años de la transición, cuando el ministro Ledesma decidió acabar con la corrupción en la Administración de Justicia y nosotros, jóvenes profesionales, osamos denunciar lo que sucedía en alguno de nuestros juzgados. O en aquel otro tiempo en el que la, entonces nueva, legislación sobre la interrupción voluntaria del embarazo levantó las primeras resistencias entre algunos operadores jurídicos… O en tantos y tantos otros momentos en los que siempre estuvo dispuesto a poner su tiempo, su sabiduría y su implicación pública en apoyo de una causa justa. Por eso quizá no obtuvo el lugar que profesionalmente le correspondía. Por eso, sin embargo, recibió tantos homenajes en vida a los que siempre me sumé. Y me apena no haber podido asistir al homenaje del día 13 en su memoria. Por eso, otro de sus discípulos, el catedrático José María Asencio, creó en la Facultad de Derecho la biblioteca Miguel Gutiérrez, a cuya inauguración asistí y en su intervención tuvo para mi labor en la Sindicatura de Greuges un reconocimiento que nunca agradeceré lo suficiente y que viniendo de él es el mayor honor que he recibido en mi vida. Excepto en esos y otros acontecimientos puntuales no tuve ocasión de frecuentar a mi maestro. Sin embargo, el último recuerdo que guardo de Miguel Gutiérrez fue precisamente el mismo día de su muerte. Y además, fue aquél el encuentro más cercano y más largo que pude disfrutar desde que lo conocí hace ya treinta años. El regalo se lo debo al Presidente de la Autoridad Portuaria de aquel momento que tuvo la extraña “cortesía” de dejarnos haciendo antesala durante casi dos horas y que, debo decir, a mí me parecieron cortas, razón por la que pienso que soportamos la espera. Precisamente se trataba de realizar una gestión respecto de la queja que la plataforma para la recuperación de la Memoria Histórica había presentado en la Sindicatura de Greuges sobre la larga y difícil relación con aquella institución de la que todavía no habían podido obtener respuesta para que una escultura de Eusebio Sempere recordara a las víctimas de los trágicos acontecimientos que al final de la Guerra Civil sucedieron en el puerto de Alicante y que un año después de aquel día continúa en la misma situación. “No queremos quedarnos sin memoria. Porque si nos quedamos sin memoria nos quedamos sin historia, sin elementos para entender, sin criterio para juzgar y remediar, sin responsabilidad para proceder, sin ánimos ni objetivos para mejorar, sin decencia para sobrevivir”. Así fue, así es Miguel Gutiérrez. La muerte le sorprendió luchando por esa decencia. En el mismo lugar y con la misma coherencia con la que siempre se había conducido. El último acto al que asistí fue a su entierro. Escuché emocionada lo que cada uno de sus amigos traía para homenajearle una vez más. Y mientras atendía aquellos hermosos discursos, en mi cabeza se agolpaban tantas cosas: recordaba a Max Aub “Éstos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos….cansados….destrozados son, sin embargo, no lo olvides hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España. Éstos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos…. son, no lo olvides, lo mejor del mundo” Y me parecía que era Miguel Gutiérrez quien así hablaba. Y también era él cuando recordaba a Tuñón de Lara: “la guerra se ha llevado todo menos la memoria”. Y también rememoré aquellos versos de García Lorca (no me acordé de Miguel Hernández): “ Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos.” Pero si esto es verdad referido al maestro, también es cierto que sigue con nosotros, en nosotros. Creo que su última enseñanza puede ser ésta: “la vida puede empezar a alejarse el día en que nos resignemos”. Gracias, maestro.