Qué (des)velo
Qué desvelo con el velo. No es sólo que se proyecte en él una amenaza a nuestras conquistas. No es sólo que hablemos de velo cuando en realidad la polémica (otra vez) surge por el uso de un pañuelo, el hiyab, que no es un velo strictu sensu sino un distintivo cultural, que no incapacita a las mujeres para realizar cualquier actividad normal. Un pañuelo en un aula es un pañuelo, aunque en una pista de atletismo en la cabeza de una corredora huele a otra cosa. Reconozco que frente al hiyab (que no es el nigab, ni el chador ni, desde luego, el burka) tengo mis dudas. Sobre todo desde que vi en Estambul a una adolescente con hiyab enseñando ombligo y piercing.
Pero, además, en el velo se proyectan también todas las dobles morales del Estado falsamente aconfesional en que vivimos. Porque es más fácil poner toda la carne colérica en una adolescente marroquí de 16 años que en una jerarquía eclesiástica que saca, cuando es menester, a la media España de siempre a la calle. Lo peor de todo es cómo la derecha más conservadora utiliza el argumento de los derechos de las mujeres para camuflar su discurso xenófobo. No quieren a nadie que no sea español, católico y conservador. Pero también hay personas que se consideran de izquierdas que no quieren revelar el pavor que les produce una cultura desconocida como la musulmana. Dentro del mundo islámico hay muchas vetas, espacios de fuga y heterodoxias, pero no tenemos acceso a ellas en los medios de comunicación. Sólo nos llega el ceño fundamentalista de esa cultura. Lo desvela un estudio sobre la identidad europea publicado ayer: la mayoría de los europeos está en contra de la exhibición en público del velo pero no de la presencia de cruces cristianas en centros educativos. El mundo de las creencias es privado y el espacio público, el de la convivencia, laico. Y así tiene que ser. Empecemos por revisar nuestras propias contradicciones antes de arremeter contra una adolescente.