Una saga entre la violencia y el dolor. Claves para entender nuevos enfoques para ayudar a las víctimas de violencia de género.

María echa la vista atrás y no puede recordar nada que no sea cuidar servir y obedecer… y temer. Como su madre, como su abuela, como toda su estirpe amarga y doliente. La resignación y la sumisión aprendida de ellas han señalado un camino sin opciones. Ni siquiera sabe que podía de huir, que tenía que huir.

María tiene dos hijas que la han visto padecer la violencia autoritaria de su marido alcoholizado. Y que han normalizado su miedo hasta hacerlo rutina. Tampoco ellas imaginan una alternativa sin golpes ni heridas. Como su madre un día… Sin embargo, quiere creer que no siempre fue así. Recuerda que su madre tenía una amiga que cuidó de ellas, que las protegía, que la convenció para que las hiciera estudiar. Su madre quiso para ella otra salida sin hombres consumidos por el alcohol oprimiendo, pegando. Tampoco su abuela, aquella hermosa mujer que crió sola a cuatro hijos mientras se encargaba de cuidar el campo y vender lo que producía, pudo elegir… Podría haberse sentido segura y a salvo, podría haber sido libre y, sin embargo, cargó durante años con el dolor y el miedo de un marido que nunca fue un compañero sino un enemigo feroz y cruel.

María tiene la mirada suave mientras piensa ¿Por qué todas? ¿Por qué siempre? ¿Cuál es el cruel destino que nos condena a sufrir una y otra vez del yugo de un mal hombre?… ¿Y si el dolor y el daño infringido sistemática y continuadamente hubiese, no solo roto huesos y dejado moratones, sino que, en su camino de destrucción cruel, hubiese sembrado el mal de la vulnerabilidad, corriendo por sus venas, dejándolas indefensas? …

Ese daño oculto puede desenmascarase desde la ciencia y puede mejorar las posibilidades de vencerlo. Porque la violencia contra las mujeres no debe entenderse como la consecuencia de un trágico destino. No es un fenómeno aislado, ni un hecho circunstancial en las relaciones entre hombres y mujeres. Se trata de un aspecto estructural de la organización del sistema social, que se muestra como una de las manifestaciones más graves del desequilibrio en las relaciones de poder existentes entre hombres y mujeres. Tras la estructura familiar se esconden substratos fisiológicos que sustentan apego y relaciones interpersonales. Y hay una molécula, una hormona que, en su origen, debía garantizar las familias unidas, debía garantizar la confianza y el amor. Es la oxitocina, que se secreta para establecer relaciones felices y regula la conciencia del peligro y la capacidad de respuesta ante él. Pero la violencia continuada puede desregular su producción. Entonces la resiliencia de una víctima que depende del ajuste de esta hormona se desvanece en un abismo de dependencia y vulnerabilidad.

No son buenos tiempos para ciencia pero, precisamente por ello la sociedad debe reclamar la necesidad de investigar sobre todas las vías que puedan facilitar una salida del infierno del maltrato. Y los conocer mecanismos de acción de la oxitocina es vital para que las mujeres tengan una oportunidad de salir del laberinto de la violencia de género.

Dra. Susana P. Gaytán
Grupo de NeuroEndocrinología Contra el Maltrato
Dpto. de Fisiología. Facultad de Biología
Universidad de Sevilla